Ella era delgada, ojos grandes, cuerpo y sonrisa de modleo, con ese aspecto alocado que tienen las chicas fatales; mascaba chicle como si en ello se le fuera la vida, y su celular sonaba con insistencia desde las profundidades del bolso. Tenía los dedos y el corazón marcados por el roce de las cuerdas del cello, un dato que sin duda ocultaba a sus conquistas(que lo entienda quien quiera entenderlo). La melena lasia le caía desordenada, a borbotones sobre los ojos, y yo me dejaba caer en ellos, sin marcha atrás, sin arnés de seguridad ni paracaídas de repuesto. El camión llegaba con retraso, la banqueta era un hervidero de personas y conversaciones paralelas, y yo la amaba despacio, a pequeños tragos, sin querer atropellarme ni arrastrarme hacia un amor azul turqueza que quizas ella no merecía. La banda sonora de mi mente creciente intercambiaba giros bajo tierra y parcelas privadas en el cielo de su boca. Mi meta era memorizar cada gesto, cada huella de sus dedos, su forma de mirar en el reloj el tiempo que iba a tardar en llegar su camión. Salir definitivamente de mi pequeña mañana de Miercoles, mismo continente,futuro desconocido, inquilino accidental de su mundo.
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